INDIGNADOS A TIEMPO
por Sandra Díaz Peña. Specialist in Education. Founder, “ANYDO Consultants” NGO, Colombia.
Las épocas electorales son la ocasión ideal para conversar con personas de todas las condiciones, lugares e ideales, sobre el futuro y la posibilidad de mejorar el país. Recientemente hemos pasado por las votaciones locales y en varias conversaciones he encontrado un sentimiento de tristeza y hasta desesperanza, porque persisten los casos de corrupción, en algunas regiones del país.
Hemos podido ver grabaciones de prácticas extrañas en las que se suplantan los votantes y se adulteran las urnas; candidatos políticos con discursos pro transparencia, que sabemos han sido quienes han comprado votos y han incitado a pobladores de otros municipios, para que destruyan las oficinas públicas, en forma de protesta por la trampa en los comicios. Además, hemos podido conocer programas de políticos plagiados de otros, que en años anteriores han sido muy exitosos.
Todos estos hechos, hacen que la mayoría de las personas consideren que la política es por naturaleza corrupta y que por lo tanto, no podemos esperar nada diferente de quienes nos gobiernan. ¡Qué tristeza! Pero aún más me preocupa que este espíritu conformista y tolerante con la falsedad y la pobreza moral, ha contaminado otros campos como la educación de las próximas generaciones.
Conversando con padres de familia y estudiantes, he encontrado que critican los políticos que suplantan votos, falsifican documentos para alcanzar una curul o cargo político, pero no se indignan cuando los jóvenes falsifican cédulas para poder ingresar a bares a tomar unas cervezas, en el fin de semana. “Eso no tiene nada, eso lo hacen todos”. Tampoco aceptan que los candidatos copien los programas políticos de otros, pero si son los alumnos de colegios y universidades que plagian, eso es normal. Me preguntan, “Acaso, ¿usted no lo hizo?”
Tampoco se indignan ante los destrozos a los bienes públicos o a los lugares que frecuentan los jóvenes; argumentan la fuerza de la pasión de las emociones, en el fragor de la protesta o de la celebración del grado del colegio. ¿Es que, entonces, debemos considerar que al igual que en la política, la trampa, la falsedad y el irrespeto por los demás es la lógica “normal” de la vida de los jóvenes, estudiantes de los últimos años del colegio y de las universidades? ¿Y por lo tanto, debemos aceptar todas estas conductas, sin pretender educar unas generaciones renovadas?
Creo que más vale indignarnos a tiempo, cuando aún podemos educar a los políticos del mañana.